
Ha pasado casi un siglo desde que la revolución desaconsejó con vehemencia las relaciones personales. Ni parejas, ni familias, ni agrupaciones, ni partidos ni religiones. Se elimina el sufrimiento al acabar con la convivencia, la dependencia y el sometimiento.
Además, la vida independiente activa el consumo. Cada cual su casa, pequeña pero cómoda y coqueta. Al gusto del habitante. Cada uno su recibo de la luz. Y la vida social, con mucho desapego. Que corra el aire.
Lástima que hay gente que se aburre cuando está en libertad. Quién nos iba a decir que algunos añorarían el cautiverio o el papel de víctima de agresión. “Mientras que me zurra, vamos echando el rato” — llegó a decir una descerebrada que parecía recién salida de una película de Almodóvar.
Eso sí, la natalidad sube como la espuma. Ni el poder absoluto puede llevar la contraria a los designios de la naturaleza.