Implosión

Era el setecientos veintinueve aniversario de la creación del nuevo orden. Coincidió con el final de la expansión del universo, el cual invirtió su tendencia y empezó a contraerse sobre sí mismo. Esto se descubrió en el telescopio James Bond, erigido en honor de un hombre de ciencia agitado, pero no mezclado, y atormentado porque le asesinaban a todas las chicas bond antes de acabar la película.

El cambio de tendencia se ocultó cuidadosamente a la población. Evitar el pánico era la consigna que se emitía desde arriba. Solo unos cuantos en la comunidad científica supieron de este fenómeno, al ser convocados discretamente por el gobierno mundial y, acto seguido, enviados a un lugar secreto en los grandes llanos que se extienden desde las Rocosas hasta los Apalaches.

En esas enormes instalaciones se estudiaba el fenómeno de la implosión de la galaxia y, a la vez, se construía una colección de vehículos de escape capaces, en principio, de abandonar la vía láctea con un grupo de privilegiados a bordo, y de encontrar un lugar apto para la vida, a salvo de las desastrosas consecuencias del cambio de paradigma universal.

Nadie tenía noción del hecho, pudiendo solamente intuir sus consecuencias. De repente, tu vecino y parte de su familia había desaparecido. Algunos vieron camiones del ejército durante la madrugada, y alguna escena drámatica debido a la separación. No hubo violencia. Ya se habían encargado los poderosos de allanar el camino, cultivando la pasividad y la adicción al sofá en el común de los mortales.

Unos cuantos, los más lanzados, se pusieron a organizar milicias de resistencia pero, en cuestión de días, fueron masacrados por las unidades de élite del ejército. Se había relajado la presunción de inociencia, la igualdad ante la ley, la validación de pruebas, etc, El juez estaba ocupado en ver cómo salvaba a su propia familia. Tenía poco tiempo para el resto.

Tu y yo casi no tuvimos tiempo para conocernos. La chispa que incendió nuestras vidas casi coincidió con el anuncio de la catástrofe. Nos vimos abocados a la separación forzosa, así de fea pintaba la situación. Intercambiamos los números de nuestros móviles, pero sirvió de poco. A los pocos días la red dejó de funcionar. Recordé un breve fragmento de conversación sobre la localización de mi casa en el norte de París.

Ese lugar capturó tu interés sobremanera. Pensé: ¿Y si ha decidido ir allí? Con las tres garrafas de gasolina y algo que pille por el camino llegaré al lugar. De inmediato me puse en movimiento. Evité los bloqueos usando carreteras secundarias. Rellené los recipientes con el contenido de los autos abandonados. Me alimenté de lo que iba encontrando en supermercados desiertos. Atesoré medicinas de uso común.

Estaba a punto de llegar cuando reconocí tu silueta en una calle vecina. Grité tu nombre. Te diste la vuelta y esa fue la mejor estampa que jamás vieron mis ojos. Bajé del vehículo deprisa, casi me caigo por el tropezón. Me abrazaste, te abracé. Largamente. Agradecí en silencio mi suerte a los cielos. Esta historia prometía un final amargo y, mira por donde, desnudos en mi cama pusimos un broche de oro a la existencia del ser humano sobre la faz de la tierra.

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