Perdices

Las relaciones humanas son como las pistolas: Las carga el diablo y las dispara un xilipoggias. Por eso, para evitar problemas, has de mantenerte alejado de ellas.

Cargarse una relación es prácticamente inmediato. Solo tienes que hacer cualquier cosa. O la contraria. En su infinita complejidad, hacen lo contrario de lo que dicen, o lo contrario a lo contrario. Da igual. Digas lo que digas, has metido la pata. Y si no dices nada, también.

Ya saben: ¿Qué te pasa? Nada. Pues no, «nada» no significa nada. O si. Depende de algo que trasciende tus conocimientos.

Ya saben: ¿Qué hago? Tú verás. No sabrás si tienes que quedarte o irte. O disolverte en el éter. O ir al cortinglés y comprarle un anillaco.

Pero es que, a veces, es una relación con una persona tan impresionante, tan alucinante, tan maravillosa que le dan por saco a la distancia de seguridad, al sentido común y a los consejos de tu santa madre, que está harta de verte pasarlo mal. Disparas, das en toda la diana y la alegría inunda tu ser y el de ella por siempre jamás. Y somos felices y comemos perdices.

Por optimismo que no quede.

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